Las evidencias sobre el papel que juega en nuestra salud de la microbiota intestinal, el conjunto formado por cerca de 100 billones de microorganismos que residen, sobre todo, en el intestino grueso, están calando cada vez en mayor medida no solo entre los profesionales sanitarios, sino también entre la población general.
Su auge se basa en un conocimiento cada vez mayor del papel que ejerce la microbiota intestinal sobre el binomio salud/enfermedad, pues, más allá de comportarse como todo un ecosistema de nuestro organismo, clave en la digestión de alimentos y en la producción de algunas vitaminas esenciales, tiene un impacto significativo en nuestro sistema inmunitario e incluso en el estado de nuestra salud mental.
Estudios recientes apuntan a que la alteración del equilibrio de la microbiota intestinal desempeña un papel importante en los síntomas digestivos, que pueden afectar de forma ocasional a niños y adultos sanos, con un impacto en la calidad de vida y la actividad laboral y escolar, y que además se traduce en la mitad de las consultas de aparato digestivo en nuestro país. En concreto, estos síntomas se vuelven recurrentes en un 20% de la población.
En este sentido, una de las principales recomendaciones para tener una microbiota intestinal equilibrada y variada consiste en seguir una alimentación rica en frutas, verduras, legumbres, cereales integrales y frutos secos; todos ellos alimentos ricos en fibra prebiótica. Pero, además, hay que destacar el papel clave que cumplen los probióticos, y especialmente aquellos factores que se deben tener en cuenta para seleccionar un probiótico específico.
Como se ha abordado durante el XV Workshop ‘El Microbioma humano y su modulación en las diferentes etapas de la vida’, organizado por la Sociedad Española Microbiota, Probióticos y Prebióticos (SEMiPyP) y celebrado recientemente en Sevilla, hay varios aspectos fundamentales para determinar la efectividad de un probiótico: el primero, es esta cepa-dependencia, es decir, que el probiótico tenga nombre y apellidos; además es muy importante que cuente con suficiente evidencia científica sobre sus beneficios, así como la importancia de su supervivencia a lo largo de todo el tracto intestinal, lo cual permitirá que llegue hasta la microbiota en cantidad y diversidad suficiente.
Es relevante destacar el concepto de cepa-dependencia ligado a los beneficios de un probiótico, ya que no todos los probióticos, por el hecho de serlo, aportan los mismos beneficios, y tampoco el mismo nivel de evidencia científica. Un buen ejemplo de probiótico con evidencia científica es la cepa Bifidobacterium lactis CNCM I-2494, con más de 20 estudios bien diseñados. Esta cepa ha demostrado que llega viva al intestino, aportando una mayor diversidad a la microbiota, y por tanto contribuyendo a equilibrarla.
En un estudio de revisión liderado por expertos de SEMIPYP y publicado hace unos meses en la revista Anales de Microbiota, Probióticos & Prebióticos, se evidenciaba que la intervención con la cepa probiótica B.lactis CNCM I-2494 durante cuatro semanas puede contribuir a mejorar la tolerancia a dietas ricas en fibras fermentables propias de los alimentos vegetales -razón por la cual podrían resultar flatulentas-.
En definitiva, podemos considerar los probióticos como un pilar que ayuda a modular la microbiota intestinal.
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