Se estima que 15,6 millones de personas nacidas entre 2008 y 2017 en el mundo desarrollarán cáncer de estómago a lo largo de su vida, y que aproximadamente el 76 por ciento de esos casos estará directamente relacionado con la infección por Helicobacter pylori, tal y como se recoge en un estudio que se publica en Nature Medicine. “La relación causal se basa en el hecho de que esta bacteria induce una gastritis crónica atrófica, la cual puede evolucionar hacia metaplasia intestinal, displasia y, finalmente, adenocarcinoma gástrico. Por esta razón, la Organización Mundial de la Salud clasifica a H. pylori como un carcinógeno tipo 1, la categoría más alta de riesgo”, ha explicado a EL MÉDICO INTERACTIVO Mónica Manzano, docente del Máster en Nutrición Clínica de la Universidad Europea.
Además, investigaciones moleculares previas han demostrado que H. pylori puede inducir mutaciones epiteliales a través del daño crónico al ADN y la activación de vías inflamatorias, lo que contribuye directamente al aumento del riesgo tumoral. Se estima que aproximadamente el 42 por ciento de los futuros casos atribuibles a esta infección se concentrarán en China e India, mientras que otro 36 por ciento ocurrirá en países con una carga alta esperada, como Japón, Irán, Rusia, Brasil, México y Vietnam, entre otros.
Esta distribución desigual refleja diferencias en las tasas de infección, el acceso al diagnóstico y las estrategias de erradicación, y resalta la importancia de intervenciones preventivas específicas en regiones de alta carga proyectada. En este sentido, tal y como ha detallado la especialista, “el citado estudio no menciona explícitamente a Europa, lo que sugiere que la carga futura de cáncer gástrico asociado a H. pylori en esta región será relativamente baja, posiblemente como resultado de la menor prevalencia de la infección y de la implementación de medidas sanitarias y estrategias de tratamiento más eficaces”.
Vía de transmisión
Aunque existe una clara asociación entre la infección por H. pylori y contextos socioeconómicos bajos donde el hacinamiento y el acceso limitado a sistemas de saneamiento favorecen su diseminación, la transmisión no está restringida exclusivamente a estos entornos. En países con buen nivel socioeconómico, los mecanismos de adquisición son a través de la transmisión oral-oral, el contagio se produce a través del contacto directo con la saliva de personas infectadas, el uso compartido de utensilios o la convivencia estrecha en el hogar. La transmisión intrafamiliar, particularmente de padres a hijos durante la infancia, sigue siendo una de las vías más frecuentes, lo que subraya que esta infección no depende únicamente del nivel de desarrollo económico, sino también de hábitos cotidianos y dinámicas sociales.
Por su parte, la transmisión fecal-oral se produce por la ingesta de agua o alimentos contaminados con materia fecal que contiene la bacteria. Esta vía es especialmente relevante en regiones con deficiente infraestructura sanitaria, falta de acceso a agua potable y prácticas inadecuadas de higiene alimentaria. En áreas rurales o con recursos limitados, sigue siendo el principal modo de contagio desde el punto de vista epidemiológico.
Erradicación
Para lograr una erradicación efectiva de Helicobacter pylori es esencial seguir el tratamiento con rigor y bajo la estricta supervisión de un profesional médico, ya que pueden presentarse efectos secundarios y contraindicaciones. “Si el tratamiento no resulta eficaz, se puede recurrir a un análisis especializado mediante cultivo y prueba de sensibilidad, lo que permite identificar posibles resistencias de la bacteria y seleccionar los antibióticos más adecuados para un tratamiento posterior”, ha detallado Mónica Manzano.
Para prevenir el contagio de H. pylori, es importante mantener una buena higiene personal, especialmente lavarse las manos con agua y jabón antes de comer y después de ir al baño. También se recomienda no compartir utensilios de cocina ni objetos personales como cubiertos o cepillos de dientes. Además, el consumo de agua potable y la adecuada limpieza de frutas y verduras son esenciales para evitar la transmisión.
Además, llevar una alimentación rica en fibra, frutas, verduras y alimentos fermentados como yogur o kéfir ayuda a mantener el equilibrio de la microbiota intestinal y ofrece una mayor protección frente a infecciones. Evitar el tabaco y el consumo de alcohol también es beneficioso, ya que ambos factores dañan la mucosa del estómago y aumentan la vulnerabilidad a la infección.
Síntomas de la infección
Aunque la infección por H. pylori suele ser asintomática durante largos periodos, “su permanencia en la mucosa gástrica puede desencadenar una inflamación prolongada que favorece el desarrollo de lesiones precancerosas y, eventualmente, cáncer gástrico. Este tipo de cáncer con frecuencia se detecta en fases tardías, ya que sus manifestaciones iniciales suelen confundirse con molestias digestivas comunes como la gastritis”.
Entre las señales de alarma más frecuentes se encuentran la pérdida de peso involuntaria, el dolor o las molestias persistentes en la parte superior del abdomen, la saciedad precoz, es decir, sensación de saciedad tras comer muy poco, la pérdida de apetito, y las náuseas o vómitos, especialmente si contienen sangre o presentan un aspecto de café molido.
También pueden aparecer heces negras y, en fases más avanzadas, disfagia o dificultad para tragar, lo que indica afectación de zonas más altas del tubo digestivo. Ante cualquiera de estos síntomas, se recomienda una evaluación médica urgente, ya que podrían ser indicativos de cáncer gástrico en evolución.
Manejo del tumor
Una vez diagnosticado el cáncer gástrico, el abordaje clínico requiere una evaluación rápida y precisa para determinar su extensión. El diagnóstico se confirma mediante una endoscopia digestiva alta con toma de biopsias. Posteriormente, se lleva a cabo un estudio de la extensión tumoral mediante pruebas de imagen como la tomografía computarizada (TC), la ecoendoscopia y, en algunos casos, la tomografía por emisión de positrones (PET), con el objetivo de valorar la invasión local y la presencia de metástasis.
El tratamiento depende del estadio de la enfermedad. En fases iniciales, puede optarse por una resección endoscópica o una gastrectomía parcial o total con intención curativa. En estadios intermedios o avanzados, se recurre a un abordaje terapéutico combinado que incluye cirugía, quimioterapia perioperatoria, radioterapia, terapias dirigidas e inmunoterapia, según el perfil molecular del tumor.
El pronóstico varía significativamente según el grado de avance en el momento del diagnóstico. La tasa de supervivencia a cinco años puede alcanzar el 50 por ciento en casos localizados distales, pero disminuye al 10 y el 15 por ciento cuando el tumor afecta zonas proximales o presenta metástasis, siendo prácticamente nula en enfermedad diseminada.
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