El trabajo de EUnetHTA llegará pronto a su fin, y queda en el aire saber si el modelo de trabajo en Red de las agencias de evaluación españolas y sus iniciativas, como el incluir el análisis económico de la implantación de la tecnología sanitaria, van a ser tenidos en cuenta. Todo ello en un contexto nuevo en el que las nuevas tecnologías relacionadas con el mundo digital y la robótica también precisan de evaluación antes de incorporarse a los sistemas sanitarios, cuando ya hay mucho por evaluar y no muchos recursos para hacerlo.
El pasado noviembre la AEETS celebraba su 14 Reunión Científica, ¿cuáles cree que fueron los temas más destacados y que marcan la actual agenda?
Respecto a los retos más acuciantes, sin duda está la cuestión europea. El año que viene acaba EUnetHTA (European network for Health Technology Assessment), el grupo colaborativo de agencias y organismos públicos de evaluación de tecnologías sanitarias del espacio europeo. En concreto, expira su plazo y su presupuesto, por lo que ahora mismo hay bastante incertidumbre respecto a lo que ocurrirá en el campo de evaluación de las tecnologías sanitarias en Europa. Por otra parte, también son importantes otras cuestiones, como que los análisis, además de la perspectiva económica, incorporen siempre la perspectiva social.
Respecto al futuro de la evaluación europea, ¿qué tendencias se perfilan?
Va a haber un debate muy rico y muy intenso el año que viene, porque de alguna manera han de optar por alguna fórmula que sea pactada por todos los países miembros, que sustituya a EUnetHTA o que le dé una extensión, o se apruebe un reglamento similar o se opte por un mecanismo de coordinación voluntario entre países como se hace en España. Hay varias posibilidades. A lo largo de este 2020, o ya en 2021, veremos cuál es la que toma cuerpo. En este contexto, si gana peso el optar por un mecanismo para que los países estén todos de acuerdo, tipo red, Europa contaría con la experiencia española, que tiene una trayectoria que mostrar, y que, en el campo de la tecnología no medicamento, tiene un peso importante.
Otra de las cuestiones a debatir era si los informes de las agencias evaluadoras deben ser mandatarios o solo servir como referencia, ¿cuál es la postura de la AEETS al respecto?
Hay puntos de vista distintos. Hay que tener en cuenta que hacer un informe completo de evaluación de tecnologías sanitarias conlleva mucho tiempo y mucho dinero, por lo que parece lógico que las recomendaciones de estos informes debieran ser utilizadas de una forma más profusa y más intensa. Por otra parte, también se puso de manifiesto que es complicado que pueda ser mandatorio, ya que la política también ha de tener sus márgenes de actuación. Al final, el informe aporta la base técnica, profesional y científica, cuya finalidad es informar las decisiones, pero es al estamento político al que le toca tomar las decisiones.
Respecto a esa base técnica y profesional, ¿cuáles son los aspectos clave que incluyen estos informes?
Los informes tienen un formato pactado y consensuado por EUnetHTA. Todas las agencias utilizan ese esquema para redactarlos y acaban con unas conclusiones y recomendaciones, que suelen llamarse hoja de ruta, que es el epígrafe más reseñable. Todo ello relacionando la eficacia, efectividad, seguridad y calidad de la tecnología.
¿Y cómo se aplica ese modelo europeo a la Red de Agencias de Evaluación de Tecnologías Sanitarias del SNS?
España es de los primeros países de Europa que puso en marcha agencias de evaluación de tecnologías. De hecho, la primera es del año 1992. Actualmente, hay ocho agencias que, desde el año 2013, funcionan como una red y con un soporte administrativo por parte del Ministerio de Sanidad. Realmente es un mecanismo bastante armónico y eficiente, porque ha permitido que no se solapen los informes, se reparta el trabajo, y se puedan ir especializando cada una de las agencias. Por ejemplo, la canaria incorpora en los informes las evaluaciones económicas, lo que es bastante infrecuente en la mayoría de las agencias europeas. De esta forma, los estándares son cada vez más exigentes. Se trata, por tanto, de un modelo diferente a otras agencias europeas, como el NICE en Reino Unido, en el que se evalúan medicamentos y otras tecnologías, mientras que en España de los medicamentos se encarga la AEMPS.
Precisamente, en esta diferenciación entre las agencias de evaluación de medicamentos y de tecnología, ¿en qué se parece y en qué se diferencia evaluar fármacos y tecnología sanitaria?
En el caso de la Agencia Europea del Medicamento y la Española, se exige que se lleven a cabo ensayos clínicos randomizados, y que además estos ensayos se comparen con el medicamento que viene a sustituir. En cambio, en la evaluación de las tecnologías no siempre hay ensayos clínicos. Sí que pueden existir estudios observacionales, análisis de los datos que quedan de los registros en las historias clínica, revisiones sistemáticas de literatura, metaanálisis, etc. De esta forma, lo que diferencia la evaluación de fármacos y tecnologías es que se usan diferentes metodologías para su valoración. En cuanto a lo que se parece, lo cierto es que hasta hace poco la mayor preocupación era que la tecnología que se pusiera en el mercado fuera segura. Ahora se están abordando cada vez más los aspectos de eficacia y efectividad, como se hace con el medicamento.
En relación a la eficacia y a la efectividad, para evaluar, ¿basta con medir o es necesario poder recomendar estrategias de mejora?
La producción de las agencias es un trabajo muy estandarizado y queda todo recogido en sus webs, su producción es importante, ya que se hacen en torno a 60 o 70 informes al año, y con una calidad realmente alta. Lo que se intenta con estos informes es no solo medir, sino contestar a dudas y a preguntas que vienen del pagador, que generalmente es la Comunidad Autónoma. Desde 2013, el Ministerio ha procurado dar algo de soporte y fondos para esta coordinación en red, que está resultando satisfactoria. Coincidió además con un momento de crisis económica, por lo que la eficacia de la propia evaluación también es importante, persiguiendo evitar duplicidades, etc.
Si bien parece, queda patente que el trabajo de la Red es satisfactorio, ¿es posible algún margen de mejora?
En lo que hay que mejorar, pero no solo en las agencias españolas, sino a nivel global, es en la capacidad de trasladar los resultados de los informes a los clínicos, que son los que usan las tecnologías. Ahí fallan todos los países, porque hay mucha incertidumbre y dificultad en hacer públicos los resultados de estos informes, que se traducen muchas veces en guías de práctica clínica. Son estas guías de las sociedades científicas las que resultan mucho más mandatorias. Otro ámbito de mejora está en la relación con la gestión. Los directivos muchas veces no conocen el contenido de estos informes y el papel que están jugando las agencias.
Entonces, ¿no es solo cuestión de medir, sino de aplicar cambios?
Sí, más que los cambios en sí, lo que hay que aplicar son los resultados de los informes, que se traduzcan en guías de práctica clínica. Son estas guías las que tienen que implantarse en la práctica diaria.
Comentaba que ya hay informes que incluyen la parte económica. ¿Va a tener más peso en estos informes la cuestión de la sostenibilidad en los próximos años?
Sin duda. Lo que va a tener preponderancia va a ser la incorporación de los análisis de evaluación económica que serán preceptivos, obviamente, porque el sistema ya está muy tensionado en sus costuras financieramente. Sobre todo, por la vía de los nuevos medicamentos y de los altos precios de los mismos.
Además de implicar más a los directivos y a la gestión, ¿hay que implicar también más al paciente?
Tanto EUnetHTA como la Red Española están estudiando cómo incorporar al paciente al proceso de evaluación, y aquí sí que se mira a la experiencia NICE, que lo llevan incorporando desde hace muchos años. Tiene que ser de una manera muy sistemática, con pacientes muy bien informados y con unos itinerarios y unas actividades muy concretas en estos procesos de evaluación. Pero, qué duda cabe que tiene que tener su papel.
¿Y qué rol tendría el paciente en la evaluación?
Su rol es el de la persona con un problema de salud, que sí que conoce bien, por lo que ayudaría a ver cómo se pueden canalizar sus necesidades para que sean confrontadas con las necesidades que también tiene que cubrir la propia agencia. Ahí puede haber un casamiento relativamente fácil, pero hay que hacerlo con cuidado y sin generar expectativas que luego no se vayan a cumplir.
Si incluir a los pacientes va a ser uno de los retos de futuro, ¿lo va a ser también el evaluar nuevas tecnologías que ya tienen que ver más con lo digital?
Las tecnologías de la comunicación son también tecnologías y, como tales, obviamente sería muy conveniente que pasaran por el filtro de la evaluación. El asunto es que hay mucha tecnología a evaluar y generalmente los recursos para evaluar son limitados. Por lo tanto, lo que hay que hacer es un ejercicio de priorización que viene mayoritariamente de la mano de los pagadores, es decir, de los servicios regionales de salud, que son los que tienen las necesidades de conocimiento y son los que marcan estas prioridades. Cuando estén implantados algoritmos, trabajen determinadas especialidades con machine learning o con inteligencia artificial, todos estos procedimientos tendrán que pasar por el tamiz de la evaluación.
¿Qué otros retos han de enfrentar las agencias evaluadoras en los próximos años?
La innovación en nuestro sector es un asunto muy importante e intenso, donde se generan desde nuevas técnicas, procedimientos o tecnologías que pueden ayudar a que la práctica clínica sea más efectiva y a que se resuelvan mejor los problemas de salud de los pacientes, por lo que lo que tendrán que hacer es ir incorporando e ir evaluando todas estas nuevas tecnologías que están apareciendo, en los próximos años. Sobre todo, las que vienen de la mano de la digitalización y de la mano de la robótica.
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