Un estudio de la Universidad de Columbia (Estados Unidos) ha encontrado que las molestias gastrointestinales en niños podrían tener un impacto en el cerebro y en el comportamiento, así como indicar futuros problemas de salud mental.
La ciencia ha establecido desde hace mucho tiempo la fuerte conexión entre el intestino y el cerebro. Investigaciones anteriores han demostrado que hasta la mitad de los adultos con síndrome del intestino irritable (SII) tienen antecedentes de trauma o abuso, con una prevalencia dos veces mayor que la de los pacientes sin SII.
Además, estudios en animales han demostrado que los cambios inducidos por la adversidad en el microbioma intestinal, la comunidad de bacterias del cuerpo que regula desde la digestión hasta la función del sistema inmunitario, influyen en el desarrollo neurológico, pero ningún estudio en humanos lo ha evaluado.
Ahora, estos investigadores se centraron en el desarrollo de niños que experimentaron privaciones psicosociales extremas antes de una adopción. Se sabe que la separación de un niño de uno de sus padres es un poderoso factor de predicción de los problemas de salud mental en los seres humanos. Esa experiencia, cuando se modela en roedores, induce miedo y ansiedad, dificulta el neurodesarrollo y altera las comunidades microbianas a lo largo de la vida.
Los investigadores se basaron en datos de 115 niños adoptados de orfanatos aproximadamente a los 2 años de edad, y de 229 niños criados por un cuidador biológico. Los niños con trastornos anteriores en el cuidado mostraron niveles más altos de síntomas que incluían dolores de estómago, estreñimiento, vómitos y náuseas.
De esa muestra de adoptados, los investigadores seleccionaron ocho participantes, de entre 7 y 13 años de edad, del grupo expuesto a la adversidad y otros ocho que habían estado en el grupo criado por sus padres biológicos. Recolectaron información sobre el comportamiento, muestras de heces e imágenes cerebrales de todos los niños. Utilizaron la secuenciación de genes para identificar los microbios presentes en las muestras de heces y examinaron la abundancia y diversidad de bacterias en la materia fecal de cada participante.
Los niños con un historial de trastornos en el cuidado tenían microbiomas intestinales claramente diferentes de aquellos criados con cuidadores biológicos desde el nacimiento. Los escáneres cerebrales de todos los niños también mostraron que los patrones de actividad cerebral estaban correlacionados con ciertas bacterias. Por ejemplo, los niños criados por sus padres tenían una mayor diversidad de microbios intestinales, que está relacionada con la corteza prefrontal, una región del cerebro conocida por ayudar a regular las emociones.
“Es demasiado pronto para decir algo concluyente, pero nuestro estudio indica que los cambios asociados con la adversidad en el microbioma intestinal están relacionados con la función cerebral, incluyendo diferencias en las regiones del cerebro asociadas con el procesamiento emocional”, explican los científicos en un artículo en la revista ‘Development and Psychopathology’.
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