El 23,5% de los estudiantes de 14 a 18 años participaron en juegos de azar con dinero durante el último año, según la encuesta ESTUDES 2023. La prevalencia es más alta en los hombres y aumenta con la edad. Los videojuegos y las apuestas deportivas predominan el juego online, mientras que loterías y bingo lo hacen en el juego presencial.
En la misma línea, los últimos hallazgos del Proyecto Europeo de Encuestas Escolares sobre Alcohol y Otras Drogas (ESPAD) muestran preocupaciones crecientes por el uso de cigarrillos electrónicos, el consumo no médico de fármacos y un aumento del juego y las apuestas online entre los adolescentes. Este estudio se basa en una encuesta de 2024 que incluyó a 37 países europeos, de los cuales 25 son Estados miembros de la UE.
La adolescencia, una etapa vulnerable
Las adicciones a los juegos de azar en adolescentes se explican por una combinación de factores biológicos, psicológicos y ambientales. “Desde el punto de vista biológico, el cerebro del adolescente aún está en desarrollo, especialmente las áreas encargadas del control de los impulsos y la toma de decisiones, como la corteza prefontral. Esto hace que busquen más sensaciones nuevas y sean más vulnerables a recompensas inmediatas. Además, si existen antecedentes familiares de adicciones, hay una mayor predisposición genética”, explica Tania Ruiz, psicopedagoga y directora del centro anda CONMiGO Teens de Valdemoro, en Madrid.
En el plano psicológico, influyen factores como la baja autoestima, la dificultad para gestionar emociones, la ansiedad o la depresión. “Muchos recurren al juego o a la tecnología como una forma de evasión o de compensar inseguridades. También puede influir la necesidad de pertenecer a un grupo o de sentirse reconocido”, asegura Ruiz.
“Por último, en el entorno social y familiar, la falta de supervisión, la exposición temprana a contenidos de apuestas, la normalización del juego en redes sociales o incluso el estrés familiar pueden favorecer este tipo de conductas. No hay una única causa, sino un conjunto de circunstancias que, combinadas, aumentan el riesgo” concluye.
Tipos de terapias para la adicción al juego
La psicopedagoga recuerda que el tratamiento debe ser individualizado y multidisciplinar. “Lo habitual es combinar el trabajo individual, familiar y grupal”, apunta. La terapia más utilizada es la cognitivo-conductual, que ayuda al adolescente a identificar pensamientos distorsionados sobre el juego o la tecnología. También se trabajan técnicas de autocontrol, gestión emocional y prevención de recaídas.
Además, se suele incorporar la terapia motivacional, útil para fomentar la conciencia del problema y la disposición al cambio, y la intervención familiar, que busca mejorar la comunicación, establecer límites claros y fortalecer el apoyo dentro del hogar. En algunos casos se complementa con terapia grupal, donde los adolescentes pueden compartir experiencias, aprender de otros y sentirse comprendidos. “Todo el proceso se acompaña de psicoeducación, entrenamiento en habilidades sociales, gestión del tiempo y fomento de actividades de ocio saludable”, concluye la experta.
Cómo influye el ambiente: lecciones del Rat Park
Carlos Cenalmor, psiquiatra experto en burnout laboral y gestión del estrés, recuerda que, para conseguir la abstinencia a una sustancia lo más importante es lograr un cambio en el estilo de vida y en las motivaciones personales, de manera que el deseo por la sustancia pase a un segundo plano. “No basta con enfrentarse a la adicción y dejar de consumir, sino que es fundamental que la vida de la persona esté equilibrada, con actividades, relaciones y objetivos que hagan que la adicción deje de ser necesaria”, expresa.
Este enfoque se ve respaldado por el experimento Rat Park, realizado por Bruce K. Alexander y su equipo a finales de los 70 e inicios de los 80. En este estudio, a las ratas se les ofrecía la elección entre agua normal y agua con morfina. Inicialmente, colocadas en jaulas pequeñas y aisladas, la mayoría consumía la morfina de forma excesiva, llegando incluso a la muerte por sobredosis. Posteriormente, las mismas opciones se ofrecieron en un entorno amplio y enriquecido, con más ratas, espacios para jugar y alimento. En este contexto, ninguna rata se volvió adicta; algunas probaron la morfina, pero sus circuitos de motivación estaban equilibrados, y el consumo no se volvió compulsivo.
El resultado indica que la adicción no depende únicamente de la sustancia, sino también de factores ambientales y de la calidad de vida. “En los adolescentes, un estilo de vida poco natural —sedentarismo, falta de estímulos saludables, aislamiento en ciudades, exceso de pantallas— puede aumentar la vulnerabilidad a las adicciones, ya que los jóvenes recurren a sustancias o comportamientos adictivos para aliviar la ansiedad, la depresión o el aburrimiento que provoca este contexto”, concluye.
“Chutes de dopamina”
En las adicciones se produce dopamina, el neurotransmisor que activa el mecanismo de recompensa del cerebro, generando sensaciones de placer y bienestar que la persona busca repetir. Este proceso es el mismo tanto en las adicciones sin sustancia (videojuegos, apuestas deportivas, loterías o bingo, uso excesivo de redes sociales, compras compulsivas, consumo de pornografía o de series) como en las adicciones con sustancia (consumo de alcohol, tabaco u otras drogas).
“En la adicción, el cerebro interpreta la conducta adictiva o sustancia como un objetivo que proporciona bienestar, generando dopamina incluso al anticipar su consumo. El problema es que este sistema está diseñado para objetivos naturales —recolectar, cazar, socializar, hacer deporte o trabajar— que requieren esfuerzo para alcanzar el pico de dopamina. Con las adicciones, en cambio, es muy fácil conseguir el estímulo. Provocan un “chute” de dopamina muy alto que aplana la curva natural de motivación y reduce la sensibilidad a recompensas más simples, como pasear, comer o leer tranquilamente. Dan una fuente de dopamina demasiado fuerte, sencilla y gratuita que desequilibra el sistema de recompensa y motivación”, explica Cenalmor.
El mecanismo de recompensa que se activa en el cerebro es el mismo para las adicciones comportamentales y las adicciones a sustancias. La diferencia radica, según el psiquiatra, en las consecuencias médicas asociadas: “Una persona con dependencia al alcohol no puede dejar de consumir de forma abrupta, ya que podría sufrir complicaciones graves e incluso morir; mientras que, en el caso del cannabis, los efectos químicos pueden mantenerse en el organismo durante meses”.
Prevención y actuación frente a una adicción: familia, escuela y sociedad
Para prevenir una adicción en la adolescencia y reducir su vulnerabilidad es necesario actuar de forma coordinada desde el ámbito familiar, escolar y social. “En el entorno familiar, lo más importante es la educación emocional: enseñar a los adolescentes a identificar y regular sus emociones, establecer límites claros en el uso de dispositivos y fomentar una comunicación abierta”, asegura Ruiz.
En el ámbito educativo es clave incorporar programas de alfabetización digital y uso responsable de las tecnologías, así como promover actividades que fortalezcan la autoestima, la empatía y el sentido de pertenencia.
“Desde la sociedad sería necesario regular la publicidad relacionada con el juego, ofrecer alternativas de ocio saludable y aumentar la sensibilización sobre los riesgos reales de las conductas adictivas. Si no se corrigen estas conductas en la adolescencia pueden consolidarse patrones de dependencia en la edad adulta, con consecuencias más graves a nivel emocional, social y económico”, concluye Ruiz.
Detección y apoyo desde Atención Primaria
Belén Compains, pediatra de Atención Primaria y miembro del Grupo de Pediatría Social de la Sociedad Vasco-Navarra de Pediatría, reivindica el papel fundamental tanto de los pediatras como de los médicos de familia en la detección y el acompañamiento de los adolescentes con problemas de adicción a los juegos o las tecnologías.
La pediatra subraya la importancia del Programa de Salud Infantil para identificar señales de alarma y ofrecer orientación a las familias desde la consulta. “Entre estos signos de advertencia se incluyen la obsesión por el juego, el aislamiento social, los cambios de humor, el descuido de responsabilidades o los problemas escolares y económicos”, señala. La pediatra añade que, aunque las adicciones pueden afectar a todas las clases sociales, las situaciones de vulnerabilidad familiar aumentan el riesgo.
Para Compains, resulta esencial “educar y formar a las familias y a los propios adolescentes”, además de intervenir en los ámbitos educativo y social. Asimismo, insiste en la necesidad de incorporar la figura del trabajador social en los Centros de Atención Primaria, con el fin de favorecer la coordinación entre el entorno escolar y los servicios sociales. “Es imprescindible trabajar en red y de forma colaborativa para garantizar una atención integral, detectar los problemas y ofrecer respuestas coordinadas que mejoren el bienestar de los menores y sus familias”, concluye.
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