El calor extremo (≥38 °C) o estrés térmico provoca efectos fisiológicos inmediatos en el funcionamiento cerebral, como explica en esta entrevista para EL MÉDICO INTERACTIVO María García Galant, neuropsicóloga clínica y psicóloga general sanitaria y jefa de Servicio de Neuropsicología del Hospital HM Nou Delfos de Barcelona.
¿Cuáles son los principales efectos fisiológicos de estas altas temperaturas y el estrés térmico?
Las temperaturas extremas obligan al organismo a realizar un sobreesfuerzo para mantener la homeostasis térmica. A nivel cerebral, uno de los primeros efectos es la activación del hipotálamo, centro de control térmico, que desencadena respuestas fisiológicas para disipar el calor como la sudoración o la vasodilatación.
¿Qué estructuras cerebrales son más sensibles a la hipertermia, y cómo se ven afectadas?
Las estructuras más sensibles a la hipertermia son el hipotálamo, el sistema límbico (amígdala e hipocampo) y los lóbulos frontales. Su sobrecarga puede generar síntomas como fatiga cognitiva, desregulación emocional, dificultades atencionales y alteraciones de la memoria de trabajo.
¿Qué papel juega el hipotálamo como centro de control térmico y qué ocurre cuando se satura por exceso de calor?
El hipotálamo actúa como un termostato interno que mantiene la temperatura corporal en equilibrio. Ante un exceso de calor, prioriza funciones vitales para reducir la temperatura interna. Cuando se ve sobrepasado, redirige recursos del sistema nervioso hacia la termorregulación, lo que puede provocar un funcionamiento menos eficiente de otras áreas cerebrales, como las responsables de la atención, el juicio o el estado emocional, especialmente en personas con patologías neurológicas o fragilidad cognitiva.
¿Cómo se explica la ‘redistribución de recursos’ desde áreas ejecutivas como el lóbulo frontal hacia funciones de termorregulación?
El cerebro prioriza funciones esenciales para la supervivencia. Durante episodios de calor extremo, se activan mecanismos automáticos subcorticales que requieren gran consumo energético. Esto implica una redistribución de recursos, reduciendo la disponibilidad para áreas corticales superiores como el lóbulo frontal, implicado en la autorregulación, la planificación y la toma de decisiones. Como resultado, se observa fatiga mental, disminución del rendimiento ejecutivo y alteraciones en la conducta.
¿Existe evidencia clínica de que el calor afecta al sistema límbico y la respuesta emocional?
Sí. El sistema límbico, encargado de la regulación emocional, se ve alterado ante el estrés térmico. La hiperactivación de la amígdala y de otras estructuras asociadas a la respuesta emocional puede generar mayor irritabilidad, apatía, agresividad o ansiedad. Estos cambios son especialmente visibles en contextos de deshidratación, alteraciones del sueño o desestructuración de rutinas, como ocurre frecuentemente durante las olas de calor.
¿Cuáles son las consecuencias cognitivas y conductuales más comunes observadas en verano en población general?
En la población general, las más frecuentes son disminución de la atención, lentitud en el procesamiento, menor capacidad de concentración, alteraciones del estado de ánimo y del sueño. Estos efectos suelen ser leves y transitorios, pero pueden intensificarse con la exposición prolongada al calor, la deshidratación o la falta de descanso.
¿Qué pacientes con afecciones neurológicas son más vulnerables al calor? ¿Por qué?
Las personas con demencia, epilepsia o daño cerebral adquirido son especialmente vulnerables. En pacientes con demencia, el calor puede desencadenar síndromes confusionales. Con epilepsia, la deshidratación y la alteración del sueño pueden aumentar la frecuencia de crisis. En el daño cerebral, la reserva funcional está comprometida, lo que facilita la aparición de descompensaciones ante mínimos cambios fisiológicos. Además, muchos de estos pacientes presentan dificultades para regular su temperatura corporal o para expresar el malestar, lo que incrementa el riesgo.
¿Qué grupos farmacológicos aumentan la sensibilidad neurológica al calor?
Algunos fármacos interfieren con la capacidad del cuerpo para regular su temperatura. Entre ellos destacan los anticolinérgicos, que inhiben la sudoración; los antipsicóticos, que pueden alterar la percepción térmica y favorecer la aparición de síntomas neurológicos; las benzodiacepinas, que reducen el nivel de alerta, y los diuréticos, que aumentan el riesgo de deshidratación. La combinación de estos fármacos en personas mayores o con enfermedades neurológicas supone un factor de riesgo importante en verano.
Desde la consulta, ¿se advierte o se debe advertir a los pacientes medicados de los riesgos de las altas temperaturas?
Sí. Es fundamental que desde las consultas se informe a los pacientes y familiares sobre los riesgos del calor, especialmente en los casos con patologías neurológicas o tratamiento farmacológico. Se recomienda mantener una buena hidratación, evitar la exposición al sol en horas centrales, adaptar la actividad física y cognitiva, y no suspender tratamientos sin supervisión médica. Además, es importante preservar las rutinas y adaptar los entornos para reducir el impacto del calor en la función cognitiva y el bienestar general.
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