Las mujeres no enferman de la misma manera que los hombres. Para avanzar hacia una atención sanitaria realmente equitativa e inclusiva, es fundamental cuestionar el impacto diferencial que cada actuación clínica puede tener sobre mujeres y hombres. Solo así será posible reducir las desigualdades en salud. En este contexto, la semFYC ha presentado el documento «No hacer con perspectiva de género», una guía que recoge prácticas clínicas que deben evitarse para ofrecer una atención más justa y basada en la evidencia. En esta entrevista con EL MÉDICO INTERACTIVO, la vicepresidenta de la semFYC, Paula Chao, comparte los detalles de esta publicación, cuya elaboración cuenta con la participación de 15 Grupos de Trabajo de la semFYC formados por médicos y médicas de familia.
¿Podría contarnos en qué consiste el documento que han presentado?
Se trata de un documento muy innovador, tanto por el enfoque que aborda como por la metodología que emplea. Por un lado, introduce la perspectiva de género, un aspecto del que ahora se empieza a hablar en la elaboración de guías clínicas y ensayos. Por otro lado, resulta también novedoso en su planteamiento metodológico. A diferencia de las guías tradicionales, que buscan evidencia científica para recomendar prácticas clínicas beneficiosas, este documento parte de una búsqueda inversa: identifica intervenciones que tienen escaso o nulo valor para la salud de la población y recomienda no realizarlas. Es, en definitiva, una guía que aborda la atención sanitaria desde el otro lado de la práctica clínica: no desde lo que hay que hacer, sino desde lo que conviene evitar.
Los eventos cardiovasculares son uno de los temas que aborda. ¿Qué desigualdades de género se han identificado?
En España, las enfermedades cardiovasculares causan más muertes en mujeres que en hombres. Además, ellas tienen el doble de riesgo de fallecer tras un infarto. Esto se debe, en parte, a que históricamente se han considerado los eventos cardiovasculares como algo «masculino». Los arquetipos clínicos que manejamos los profesionales están basados en los síntomas más comunes en hombres, como el dolor en el pecho que se irradia al brazo o la dificultad para respirar. Sin embargo, en las mujeres el infarto puede manifestarse de forma diferente: sudoración fría, náuseas, vómitos o un cansancio intenso, entre otros. Estos síntomas atípicos dificultan el reconocimiento del infarto y, en consecuencia, su atención suele retrasarse. Las mujeres reciben atención precoz en menor medida que los hombres, lo que impacta negativamente en su supervivencia y calidad de vida tras el evento. Además, también se ha observado que las mujeres tienen menos probabilidades de ser derivadas a programas de rehabilitación cardiaca, y aún no se entiende del todo por qué. Lo que está claro es que debemos garantizar el mismo esfuerzo diagnóstico y terapéutico en mujeres y hombres, y asegurar que ambas partes tengan las mismas oportunidades de recuperación y seguimiento.
La guía también menciona la astenia como motivo frecuente de consulta. ¿Qué papel juega el sesgo de género en estos casos?
La astenia, entendida como una sensación persistente de cansancio, es un motivo de consulta muy común, especialmente entre mujeres. A menudo, cuando una mujer refiere sentirse cansada, tendemos a atribuirlo a su estilo de vida: el trabajo, el cuidado de los hijos, la carga mental que muchas asumen… Se normaliza ese cansancio, como si fuera algo inherente a ser mujer. Además, muchas veces se recurre a explicaciones poco fundamentadas, como una posible carencia de vitaminas o hierro, sin que necesariamente se haga una evaluación clínica rigurosa. Por ejemplo, el hecho de que una mujer menstrúe no implica automáticamente anemia, pero sí puede haber una deficiencia de hierro que afecte su bienestar, incluso en ausencia de anemia. El problema es que no siempre se investiga esta posibilidad de manera sistemática. Y, sin embargo, algo tan sencillo como corregir una deficiencia de hierro puede suponer una gran mejoría. Por eso, es importante no minimizar el síntoma y abordarlo con el mismo rigor diagnóstico que en cualquier otro paciente, sin caer en suposiciones basadas en roles o estereotipos.
¿Existe un abordaje distinto de la hipertensión arterial en mujeres y hombres?
En ocasiones, sí, aunque no siempre está justificado. Es cierto que algunos fármacos antihipertensivos están contraindicados durante el embarazo, y eso influye en la elección del tratamiento cuando se trata de mujeres que buscan el embarazo. Sin embargo, si una mujer hipertensa no desea quedarse embarazada, no hay motivo clínico para tratarla de forma diferente a un hombre. El embarazo puede condicionar la elección del medicamento, pero fuera de ese contexto no existe evidencia que respalde un abordaje diferenciado, ni en cuanto a los objetivos de presión arterial ni en el tratamiento. Por tanto, salvo que la paciente manifieste su intención de quedarse embarazada, el manejo de la hipertensión debería ser exactamente el mismo en ambos sexos.
La guía también dedica un apartado al riesgo suicida en hombres con depresión. ¿Por qué es fundamental adoptar una mirada integral?
La perspectiva de género no debe entenderse únicamente desde el punto de vista femenino; es una herramienta que debe aplicarse a los dos géneros. En el caso de la depresión, es esencial adoptar un enfoque sensible al género, especialmente en los hombres, ya que el riesgo suicida en ellos es considerablemente mayor por diversos factores. El estereotipo de masculinidad tradicional impone la imagen del hombre fuerte, que no puede mostrarse vulnerable ni triste. Esto dificulta que muchos hombres busquen ayuda o expresen sus emociones, lo que a menudo retrasa el diagnóstico. Además, la depresión en los hombres suele manifestarse de formas distintas: a través de la irritabilidad, el abuso de sustancias o conductas de riesgo, más que con tristeza o llanto, que son síntomas más típicamente asociados a la depresión en mujeres. A las mujeres, socialmente, nos resulta más fácil hablar de sentimientos y pedir ayuda, mientras que en los hombres estos factores de gravedad son más difíciles de detectar. Es un fenómeno similar al que ocurre con los infartos, donde los síntomas típicos han sido tradicionalmente descritos desde una perspectiva masculina. En salud mental, sucede al revés: muchas veces se interpreta desde un marco femenino, dejando fuera las expresiones propias de los hombres.
Además del género, hay muchos otros factores que generan desigualdades en salud, como la pobreza, el origen étnico o la situación administrativa.
Aunque el sistema sanitario es, en teoría, accesible para todos, en la práctica no lo es tanto. Las personas en situación administrativa irregular o aquellas que no dominan el idioma encuentran numerosas barreras para acceder a la atención sanitaria. Y si vives en un barrio empobrecido y necesitas trabajar en varios empleos solo para cubrir lo básico, como el alquiler, tu salud se ve claramente afectada. En el grupo de trabajo de Equidades de la semFYC repetimos una frase que resume bien esta realidad: el código postal influye en tu salud. La zona en la que vives determina tu acceso a servicios, recursos y condiciones de vida saludables. Comer bien, por ejemplo, cuesta más de lo que parece: acceder a alimentos frescos y de calidad puede ser más caro y complicado que recurrir a productos procesados o de menor valor nutricional. Por eso, además de incorporar la perspectiva de género, es fundamental tener una mirada abierta, integral y sensible al contexto. Como profesionales de Atención Primaria, tenemos el privilegio de conocer de cerca a la población que atendemos: vemos sus barrios, a veces incluso sus casas, y eso nos permite entender mejor sus necesidades. Esta es una ventaja que muchos compañeros del ámbito hospitalario no tienen, porque no salen al territorio. Y eso marca la diferencia. Por ejemplo, si indicamos una dieta a un paciente, debemos adaptarla a su realidad económica. No se trata solo de prescribir, sino de acompañar desde una atención realista, humana y equitativa.
Desde su punto de vista, ¿qué prácticas conviene revisar con urgencia en Atención Primaria?
En primer lugar, es fundamental tener siempre presente el rol de género durante la consulta. A la hora de hacer una entrevista clínica, debemos preguntarnos cuál es la posición de esa persona en su entorno: ¿tiene un rol de cuidador?, ¿sostiene el hogar económicamente?, ¿cómo influye su identidad de género en su salud y su manera de relacionarse con el sistema sanitario? Por ejemplo, el rol masculino tradicional, más vinculado a la figura del «proveedor» o «cazador», puede dificultar la expresión de emociones o la búsqueda de ayuda. En segundo lugar, por su enorme impacto en términos de población afectada y carga de enfermedad, es prioritario seguir mejorando la prevención y el manejo de la salud cardiovascular. Este es un ámbito clave en salud pública que requiere atención continua y estrategias efectivas. Y, en tercer lugar, necesitamos actualizar nuestra mirada sobre la salud sexual. A menudo, la abordamos desde una perspectiva limitada, centrada únicamente en el coito vaginal heterosexual (pene-vagina). Sin embargo, hoy existe una gran diversidad de prácticas sexuales, y es imprescindible hablar de ellas en la consulta sin prejuicios, desde la escucha activa y el respeto. Nuestro papel no es juzgar, sino acompañar, orientar y ofrecer consejos útiles y adaptados a cada realidad.
La formación médica suele carecer de contenidos sobre género en salud. ¿Qué papel cree que debe tener la formación universitaria y especializada en este cambio de enfoque?
Este enfoque lo da muy bien un médico de familia. Tendríamos que reivindicar cátedras de medicina de familia, que haya profesores, médicos de familia, que den asignaturas de médicos de familia, que esté indicada en todas las universidad. Que al final es un cuerpo de conocimientos propios de AP no somos especialistas fustrados de miles de especialidades, somos médicos de familia por vocación, porque queremos atender al paciente con esta perspectiva.
La formación médica suele carecer de contenidos sobre género en salud. ¿Qué papel cree que debe tener la formación universitaria y especializada en este cambio de enfoque?
La perspectiva de género en salud es una mirada imprescindible, y es precisamente la medicina de familia la que mejor la incorpora. Por eso, es urgente que la formación universitaria y especializada le dé el lugar que merece. Necesitamos reivindicar la presencia de cátedras de medicina de familia en todas las facultades, con docentes que sean médicos y médicas de familia impartiendo asignaturas propias de nuestra especialidad. La Medicina de Familia es una disciplina con cuerpo de conocimientos propios, con una visión integral de la persona y del contexto en el que vive. Y quienes la ejercemos lo hacemos por vocación, porque queremos atender a nuestros pacientes con una mirada amplia, que incluya el género. La universidad debe formar en esta perspectiva desde el inicio si queremos que cale realmente en el sistema sanitario.
¿Cree que este enfoque con perspectiva de género debería aplicarse también en otros ámbitos como la investigación clínica o la elaboración de guías terapéuticas?
Sin duda. Hasta los años 80, las mujeres apenas participaban en los ensayos clínicos, y mucho menos si estaban en edad fértil, salvo que el estudio fuera específicamente para ellas. Esto refleja una visión claramente androcéntrica de la medicina que aún perdura. Es fundamental corregir esta falta de representación e incorporar de forma sistemática a las mujeres en la investigación clínica, pero también a otros grupos tradicionalmente excluidos, como personas de raza negra, asiática o de otras etnias. La sociedad es cada vez más diversa, y la medicina basada en la evidencia debe reflejar esa diversidad para ser verdaderamente útil y equitativa. No podemos seguir elaborando guías terapéuticas basadas en un único modelo de paciente; hay que incluir todas las realidades.
Para finalizar, ¿qué mensaje le gustaría trasladar a los y las profesionales sanitarios respecto a la incorporación de la perspectiva de género en su práctica diaria?
El primer paso es reconocer que todos y todas tenemos sesgos de género. Es inevitable: hemos sido socializados en una cultura que los transmite, y por eso es fundamental hacer un ejercicio honesto de autoconocimiento. Preguntarse desde dónde miramos, en qué momentos estamos aplicando esos sesgos sin darnos cuenta, y cómo podemos corregirlos. También es importante no dar nada por sentado. No asumir, por ejemplo, que una persona con apariencia masculina se identifica como hombre, o que su orientación sexual es heterosexual. Tener la mente abierta es clave para incluir diferentes perspectivas y evitar reforzar estigmas que perpetúen las desigualdades.
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