A lo largo de mi carrera profesional, de más de 35 años dedicado a la Oftalmología, he tenido ocasión de tratar a miles de pacientes, muchos de ellos, afectados por enfermedades de la retina, a menudo causadas por la alta miopía.
Una de estas patologías es el agujero macular, que se caracteriza por una apertura en la mácula o centro de la retina, responsable de la visión central y de detalle. Esta apertura se produce por la tracción del vítreo (sustancia gelatinosa que rellena el globo ocular) al contraerse, tirando de la retina hacia delante, hasta producir un agujero en esta zona.
Al igual que ocurre en otras alteraciones maculares, las personas afectadas suelen padecer una pérdida progresiva de la visión central, sobre todo, cercana, así como distorsión de las imágenes (también llamada metamorfopsia). En algunos casos, también puede aparecer una mancha central (escotoma) que impide la visión.
Estimamos que esta enfermedad afecta al 0,3 % de la población y al 3 % de las personas con alta miopía, es decir, con más de 6 dioptrías. Por tanto, es significativamente más frecuente en personas con este defecto refractivo. Esto se debe a las características del ojo miope, que es anatómicamente más alargado, con una retina más “estirada” y propensa a desarrollar patologías, entre las que también se encuentra el desprendimiento de retina.
Sin embargo, no todos los agujeros maculares están ligados a la miopía. Por lo que se refiere a su clasificación, hay dos tipos principales de agujero macular: el idiopático, que suele aparecer entre los 57 y los 65 años, y el miópico, que se da en pacientes con alta miopía, puede aparecer antes de esta edad y, en algunos casos, presenta riesgo de producir un desprendimiento de retina.
Cuando aparece un agujero macular, en raras ocasiones se cierra por sí mismo y el abordaje quirúrgico es la única opción para tratarlo. Un dato importante es que los pacientes con mejor pronóstico son aquellos a los que podemos intervenir en las primeras fases de la enfermedad. Esto permite, generalmente, una recuperación visual progresiva y mejor que en los casos en los que el agujero se mantiene abierto. Así pues, el diagnóstico y la detección precoz son clave.
Respecto a la cirugía, la técnica consiste en extraer el gel vítreo de la cavidad vítrea y la membrana limitante interna de la retina, que es su capa más superficial y la causante de la rotura en la mácula. El siguiente paso de la cirugía consiste en introducir gas en el ojo para conseguir el cierre del agujero macular.
No obstante, las personas con agujeros maculares miópicos suelen tener peor pronóstico visual y mayor riesgo de desprendimiento de retina, especialmente, los pacientes que ya padecen una condición llamada estafiloma, provocada por el crecimiento anormal del ojo miope.
Como oftalmólogo especializado en patologías como el agujero macular, uno de los aspectos que destacaría respecto a su tratamiento es que las opciones que podemos ofrecer a nuestros pacientes han mejorado significativamente en los últimos 25 años.
Actualmente, la tasa de cierre de los agujeros maculares de tipo idiopático es muy alta, aunque persiste el reto de mejorar la visión de un grupo de pacientes en los que, pese a lograr el cierre del agujero macular, persiste cierto grado de metamorfopsia (distorsión de las imágenes) tras la intervención.
Por otro lado, en cuanto a los agujeros maculares miópicos, la técnica quirúrgica es más compleja, debido a las características anatómicas del ojo. Durante años, para tratar este tipo de agujero macular, habíamos optado por utilizar una técnica compleja llamada indentación macular. Si bien obteníamos buenos resultados funcionales, hemos ido abandonando este procedimiento por otros menos invasivos y más eficaces que han ido apareciendo en la escena quirúrgica.
En esta línea, las técnicas que pongo en práctica más habitualmente son el trasplante de la membrana limitante interna y el flap de la membrana limitante interna invertido, que consiste en colocarla directamente sobre el agujero macular. Para casos muy complejos, existe una técnica que se basa en colocar plasma rico en factores de crecimiento sobre el propio agujero para facilitar su cierre. También estamos experimentando resultados muy prometedores con membranas amnióticas liofilizadas.
Por último, incidir nuevamente en la importancia de un diagnóstico acertado y precoz, sirviéndonos de avanzadas técnicas de diagnóstico por la imagen, como la tomografía de coherencia óptica (OCT), cuando aparecen síntomas como la metamorfopsia o la pérdida de visión, especialmente, en altos miopes. Estos síntomas podrían confundirse con otras patologías, que requieren un abordaje diferente e individualizado, como la degeneración macular asociada a la edad (DMAE) y la membrana coroidea o epirretiniana.
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