Envejecimiento y demencia es un dúo que con frecuencia suelen avanzar juntos. En consecuencia, con el progresivo aumento de la edad media de la población crecen los diagnósticos de las demencias, entre ellas el Alzheimer, que se desarrolla de forma asintomática antes de que aparezcan los fallos patentes de memoria.
Distintas investigaciones ya en marcha sostienen que el deterioro en el cerebro no se inicia de forma aislada, sino que hay procesos anteriores que conectan directamente la salud del corazón con la del cerebro. En este eje cerebro-corazón podría hallarse una de las claves más esperanzadoras para prevenir o retrasar un número importante de casos de demencia. Porque el gran reto es cómo lograr que estas demencias afecten lo más tarde posible y de forma menos intensa, con el objetivo final de poder ser tratadas y curadas.
La jornada estuvo organizada por la Fundación Ramón Areces y la Real Academia Nacional de Farmacia. (Fotos Antonio Marcos)
Para debatir este tema se celebró ayer la jornada científica “Prevención de la demencia: nuevas estrategias cerebro-corazón«, organizada por la Fundación Ramón Areces y la Real Academia Nacional de Farmacia, que fomentan la investigación y difusión científica y tecnológica en campos en los que la innovación y las biociencias juegan un papel muy importante, tanto para los profesionales de las ciencias de la salud y de la vida como para los ciudadanos y pacientes interesados en cuestiones novedosas con repercusión en el sistema nacional de salud.
Cerebro-corazón
En el encuentro se abordaron los avances más importantes que revelan alteraciones metabólicas cerebrales y riesgo cardiovascular elevado, comúnmente vinculadas a enfermedades cardiovasculares que establecen un eje funcional cerebro-corazón. Además, se analizó el daño vascular agudo cerebral y la progresión hacia el deterioro cognitivo crónico.
Tres de las neuro investigadoras más destacadas del Estado, Marta Cortés Canteli (Centro de Neurociencias Cajal, CSIC), María Pilar Martín Fernández (Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares, CNIC) y María Ángeles Moro (CNIC), presentaron los resultados de estudios que están cambiando el paradigma a la hora de entender el origen de la enfermedad de Alzheimer.
La neurocientífica Marta Cortés incidió al señalar que el Alzheimer, la demencia más común, es una enfermedad multifactorial, con un componente genético y también vascular. “Durante muchos años la comunidad neurocientífica hemos dedicado menos esfuerzos a ver lo que es el componente vascular; ahora sabemos que es clave para conocer lo que está ocurriendo”.
“Parte de las estrategias terapéuticas no farmacológicas para el Alzheimer se basan en el control de los factores de riesgo cardiovascular: hipertensión, diabetes, obesidad, colesterol, tabaco, sedentarismo, etc”, remarcó.
Aterosclerosis
Cortés habló sobre los últimos resultados del Estudio PESA-Brain, un trabajo pionero que monitoriza desde el año 2010 a más de 4.000 personas adultas de mediana edad, empleados del Banco Santander, en principio sin síntomas. “La finalidad es entender cómo las enfermedades cardiovasculares silenciosas, en especial, la aterosclerosis, influyen en el cerebro”.
Los datos obtenidos subrayan que a mayor riesgo cardiovascular menor metabolismo cerebral. Los investigadores están observando que en la mediana edad, en hombres sobre todo, la presencia de aterosclerosis subclínica en carótidas se asocia con un patrón de hipometabolismo cerebral en zonas normalmente afectadas por Alzheimer. “Medir la aterosclerosis subclínica nos ofrece una información adicional que vendría bien para una futura terapia; además, nos ayudaría a estratificar mejor a las personas que podrían sufrir deterioro cognitivo”.
La investigadora Marta Cortés a lo largo de su exposición.
Como recalco Cortés, los trabajos que realizan están revelando que el año cerebral podría comenzar hasta 20 años antes de que la enfermedad se manifieste. “Por eso, lo que es bueno para el corazón, es bueno para el cerebro”, reconoció, mientras destacó el buen momento por el que atraviesa la investigación sobre el Alzheimer, ya que hay en estudio cerca de 100 compuestos para esta enfermedad en ensayos clínicos.
Inmunotrombosis
La investigadora María Pilar Martín se refirió al papel del sistema inmunitario en el envejecimiento cerebral. En plena coincidencia con Cortés sostuvo que el riesgo cardiovascular, la neuroinflamación (IL-17) y la inmunotrombosis (NETs) se identifican como mecanismos interconectados que impulsan el deterioro cognitivo, ofreciendo nuevos objetivos terapéuticos. “La inmunotrombosis, causada por las Trampas Extracelulares de Neutrófilos (NETs), se postula como un mecanismo central tanto en el daño agudo por ictus como en el deterioro crónico en la demencia”, detalló.
En opinión de Martín, “la aterosclerosis subclínica y la hipertensión en personas de mediana edad, incluso asintomáticas, ya se asocian con una reducción del metabolismo cerebral en regiones vulnerables al Alzheimer”.
Asimismo, se ha referido a la inflamación crónica por envejecimiento (‘inflammaging‘), como fuertemente ligada a factores de riesgo cardiovascular, que “impulsa el deterioro cognitivo al permitir que células inmunes específicas dañen el cerebro”.
El grupo de trabajo de esta investigadora investiga el microRNA 721 como una posible diana terapéutica, “ya que su inhibición en modelos animales retrasa el envejecimiento del sistema inmune y mejora la función cognitiva”.
Células T inflamatorias
“La disfunción del drenaje linfático cerebral provoca una acumulación de células T inflamatorias, causando deterioro cognitivo y abriendo nuevas vías terapéuticas para enfermedades neurodegenerativas”, explicó.
Tal y como ha asegurado Martín, el exceso de células T puede dañar la barrera hematoencefálica, causar disfunción neurovascular y afectar directamente a las neuronas, acelerando el daño neurológico. “La manipulación del sistema linfático o la regulación de poblaciones específicas de células T representa una potencial diana terapéutica para el Alzheimer, la esclerosis múltiple y los ictus”.
Hoy conocemos que el celebro no está aislado del sistema inmunitario. «Esto abre la puerta a identificar biomarcadores en sangre que permitan saber el riesgo de padecer demencia antes de que se manifieste, e incluso a estrategias para prevenirla modulando la respuesta inflamatoria”, remarcó.
Ictus y demencia
Los participantes en el debate tras las ponencias sobre las nuevas estrategias cerebro-corazón.
Por su parte, la neuróloga María Ángeles Moro centró su exposición en los casos de demencia que surgen tras sufrir un ictus. En este sentido, recordó que una de cada cuatro personas sufrirá un ictus a lo largo de su vida. “Los avances de la Medicina han incrementado la supervivencia de quien los sufre, pero igualmente el número de pacientes que vivirán con secuelas cognitivas”.
La especialista ha adelantado uno de los hallazgos más curiosos de su equipo sobre cómo la hora del día en que se produce un ictus puede influir en la gravedad del mismo. Como ha señalado, los neutrófilos siguen ritmos circadianos, lo que modula la respuesta inflamatoria y el daño posterior. “Esto podría explicar el porqué algunos ictus son más severos que otros”.
El descubrimiento posibilita el diseñar nuevas terapias sincronizadas con esos ritmos para bloquear el efecto negativo de los neutrófilos que obstruyen los vasos cerebrales. En su opinión, el futuro se encuentra en identificar biomarcadores “para bloquear estos procesos y así proteger la memoria”, ha subrayado.
Prevención entre los 40 y los 60
Tras las tres exposiciones de las científicas se abrió un turno de preguntas dirigidas por Honorio Bando, profesor honorario de la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Madrid y académico de la Real Academia de Farmacia.
Todos coincidieron a la hora de señalar que la demencia no comienza en la vejez, sino décadas antes, mientras el daño cerebral se va acumulando poco a poco y sin síntomas de alerta, mientras la persona lleva una vida normal. “Por ello, la prevención no debe plantearse solo cuando los síntomas ya han aparecido, sino debe comenzarse en la mediana edad, entre los 40 y los 60 años”.
En esta línea, las investigadoras volvieron a incidir en las recomendaciones frente a los accidentes cerebrovasculares como tener buen control de la tensión arterial, del colesterol y de los niveles de azúcar en sangre, mantener un peso saludable, abandonar el hábito tabáquico y realizar ejercicio físico. “Con estas pautas se protege la memoria futura”.
El profesor Honorio Bando se congratuló “del rápido avance científico, especialmente en fármacos innovadores, que está superando al ordenamiento jurídico, creando una brecha regulatoria crítica”. “La ciencia, impulsada por nuevas tecnologías y fármacos, avanza significativamente más rápido que el ordenamiento jurídico”, concluyó.
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