La Organización Mundial de la Salud ha especificado un código para los pacientes bajo sospecha de COVID-19, con la intención de poder rastrear más rápidamente el avance de la enfermedad. Mediante la CIE-10 (acrónimo de la Clasificación Internacional de Enfermedades) podrá aumentar el conocimiento sobre una gran variedad de signos, síntomas, hallazgos anormales, denuncias, circunstancias sociales y causas externas de la enfermedad.
Codificación de la COVID-19
“La codificación es el trabajo en ‘back office’ que hacen los hospitales para organizar y almacenar toda la información posible de modo que esa información permita un aprendizaje en base a datos sólidos. Esta información es imprescindible para que los centros sanitarios puedan ser más eficientes y nuestro sistema sanitario, por tanto, más fuerte”, explica Ruth Cuscó, directora gerente de ASHO. “Sin embargo una codificación imprecisa puede afectar al paciente por lo que los profesionales de la codificación deben contar con las mejores herramientas para que la codificación sea precisa, coherente y rápida.”
Cuando un paciente ingresa en un centro sanitario, sea cual sea su dolencia, se generan una serie de registros sobre su paso por el centro que incluirán el diagnóstico inicial, las pruebas indicadas, la prescripción médica y controles u otros estudios (información que siempre se mantiene de manera privada y confidencial y queda protegida por el centro). Mediante la asignación de un código a cada enfermedad, diagnóstico y procedimiento, se permite la valoración del episodio asistencial de cada paciente y, en consecuencia, se puede conocer y gestionar la casuística de un hospital.
Una buena calidad en la codificación permite optimizar los recursos que ofrecen los Sistemas de Clasificación de Pacientes para la gestión sanitaria, tanto a nivel clínico como a nivel económico-financiero.
La codificación sanitaria en el contexto COVID-19
La importancia de este sistema es tal, que, a finales de abril la OMS publicaba una guía específica para la codificación de los casos de SARS-CoV2. Según esa guía, los fallecimientos por COVID-19 deberán ser codificados según el CIE-10 con dos códigos diferenciados, en función de si el paciente ha recibido o no una prueba que confirme la presencia del virus, como puede ser una PCR.
De este modo, la OMS explica que se debe utilizar un código para los casos en los que el virus SARS-CoV2 es identificado, mientras que los casos en los que el virus no ha sido identificado, y el diagnóstico es clasificado como probable o sospechosos, utilizarán otro código distinto. Así, conocer los datos reales de la incidencia del virus en la población mundial, sería mucho más rápido y preciso. “Estadísticamente, este anuncio de la OMS propone recolectar a través de este código una información valiosísima no sólo para los epidemiólogos, sino para los propios gerentes de centros sanitarios que pueden recalcular y planificar planes de contención más fiables y seguros” asegura Cuscó.
En definitiva, la unificación del lenguaje sanitario está demostrando ser una estrategia necesaria y efectiva, que nos permite conocer de forma precisa la incidencia y evolución de enfermedades como el COVID-19.
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