El entorno y la genética interactúan para aumentar el riesgo de depresión, tal y como se ha señalado en el XXI Seminario Lundbeck “La depresión, ¿nace o se hace?”, celebrado en Sitges.
En el encuentro con los periodistas, Eva Perea, directora de Lundbeck Iberia ha puesto en valor el trabajo desarrollado por la compañía, especializada en enfermedades del cerebro, y su compromiso para mejorar la vida de cada persona con estas patologías.
“La depresión es una enfermedad del cerebro de origen multifactorial, lo que sugiere que los factores que predisponen a la depresión están mediados por la función de varios genes y su reacción entre sí, así como con diversos factores ambientales”, ha explicado José Manuel Montes, jefe de Sección de Psiquiatría del Hospital Ramón y Cajal, de Madrid.
Una de cada cinco personas, más mujeres que hombres, la padecerá, “a pesar de lo cual existe un enorme desconocimiento sobre esta enfermedad mental”, ha recordado el experto, quien ha advertido de que en 2030 será la primera causa de carga de enfermedad en el mundo.
“La sociedad no admite estar unos días tristes; se ha banalizado la enfermedad, porque la depresión es mucho más que sentirse triste; la interacción entre factores biológicos, psicológicos y sociales inducen a ella”.
Genes
En este sentido, el especialista ha apuntado que el principal factor biológico implicado en la depresión es la predisposición genética, que no es necesariamente determinante para su desarrollo”.
Montes se ha referido asimismo al papel que juegan “las alteraciones hormonales, la más frecuente la del cortisol, que media las reacciones del organismo hacia el estrés, o las fluctuaciones en las hormonas sexuales en periodos clave de la vida reproductiva de la mujer, así como la inflamación”.
El experto ha querido dejar claro que la depresión no es una enfermedad hereditaria. “Lo que se hereda es la predisposición a tener depresión, que junto a la interacción con otros factores ambientales precipitan, en la mayoría de los casos, la enfermedad”.
El psiquiatra ha subrayado que, tal y como se ha demostrado, los factores externos ambientales o fisiológicos internos, como el estrés psicológico continuo, las condiciones ambientales adversas o el trauma psicológico, interactúan con el total genético de las personas y conducen a muchos cambios en el nivel epigenético.
Estrés
“Personalidades neuróticas, desconfiadas e introvertidas, en permanente situación de estrés, con tendencia a gestionar mal los conflictos tienen mayor tendencia a la depresión; determinados rasgos de personalidad se asocian a una mayor predisposición a la depresión y peor curso y respuesta al tratamiento”, ha subrayado Montes.
Los perfiles psicológicos más vulnerables a esta enfermedad del cerebro son los que tienen problemas para enfrentarse a situaciones estresantes. Por eso, a juicio del experto, se pueden desarrollar mecanismos para aprender a manejar el estrés.
“Podemos aprender a ser más resilientes; esta es una forma de prevenir la depresión. Hay que enseñar a los niños herramientas ante situaciones estresantes que les puedan provocar una depresión”, ha alertado.
Traumas
La doctora Alba Babot, especialista en Medicina Familiar y Comunitaria en el Área Básica de Salud de La Garriga, Barcelona ha adelantado que el 20% de los mayores de 60 años padecerá algún trastorno mental o neurológico.
Esta especialista ha reconocido que un elevado porcentaje de adultos con depresión presenta antecedentes de trauma infantil, el 62,5% frente al 28,4% de personas sanas.
Esto viene asociado a una menor respuesta a la terapia antidepresiva o remisión, sobre todo si han sufrido abuso antes de los 7 años. “El trauma psicológico multiplica por cuatro el riesgo de depresión tras múltiples experiencias adversas en la infancia”, ha sentenciado.
Babot ha recalcado que el abuso infantil augura peores resultados, incluida la depresión de inicio más temprano, mayor riesgo de depresión recurrente, curso más grave de la enfermedad y mayor cronicidad”.
Soledad
La especialista de atención primaria ha apuntado a la soledad no deseada como una auténtica amenaza de nuestra sociedad que afecta de manera negativa a la salud física y mental y a la calidad de vida de las personas.
Y es que esta soledad incrementa hasta cinco veces el riesgo de padecer una depresión. “El nuevo perfil de quienes están solos ha variado. Los más jóvenes son los que sienten mayor soledad no deseada: el 38,5% de las personas entre 16 a 34 años convive con ella”, ha explicado.
Según los datos del estudio del Parc Sanitari Sant Joan de Déu, a los que ha aludido Babot, este sentimiento va disminuyendo en los siguientes tramos de edad, hasta situarse en torno al 12%; la frana de 65-74 años es la que menor soledad sufre. Pero, en los mayores de 75 años, vuelve a subir”.
En su opinión, “las redes sociales y la vinculación a pantallas, factores económicos o no trabajar en contacto con otras personas serían los factores que más contribuyen a este sentimiento de soledad no deseada”.
Babot ha demandado a las instituciones sanitarias una apuesta decidida por la Atención Primaria (AP), «la puerta de entrada al sistema de todos los pacientes. Si se creyera en ella podríamos identificar mejor a estos pacientes, tratarles y hacer prevención».
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